
La muerte lenta de la tarde fría
llena la estancia de melancolía.
Los leños encendidos de reflejos
salpican muebles y tabiques viejos.
Un reloj soñoliento da la hora:
las cinco; y cada componenda llora.
Junto al hogar, un galgo; no se mueve;
sus costillas se acusan en relieve.
Alza de pronto la cabeza fina:
se ha movido el carmín de una cortina.
De paso la cortina blasonada
a un hidalgo de ascética mirada.
Se asienta en un sillón de tonos rojos.
El perro fija en él sus vítreos ojos.
¿Qué viejas cosas recordarle quiere?. . .
Se carboniza un leño. El día muere.
Enrique Díez Cañedo recogido por Millán Alonso de 4º
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